lunes, 9 de marzo de 2009

LA PUESTA EN EL SEPULCRO Décimocuarta estación

Cuando ya no me quieras.


Cuando ya no me quieras

y no podamos estropear nada

porque nada estará vivo y

confiado.

Cuando tú te hayas ido

y yo me haya ido

y los de la música se hayan marchado

y el portón se cierre

(dentro pasan el largo fierro por la argolla

asegurando con la correa el cerrojo,

y soplan los candiles

y las mechas se quedan humeando);

diremos: "Algo se ha perdido.

No mucho. Nunca es mucho. Pero

algo esencial –un culto, un lenguaje,

un rito—está perdido".

Cuando hayamos dejado de ser esto que somos:

pareja expuesta al dardo,

mal avenida pero bien enlazada,

y nos dispersemos en otros círculos

y nos disipemos en otras charlas;

habrá quien diga: "Aquí dos seres carmesíes

se atraparon. Los vimos

balancearse estremecerse oscilar

retornar a la seguridad

y caer".

Para entonces, el zumbido del tractor

volverá a oírse desde el fondo del llano.

Las chorejas del guanacaste caerán

con su golpe seco frente al portal.

Pero esos rumores de la vida

nos llegarán por separado,

y otro será tu sol

y otra luna será mi luna.

Cuando ya no me quieras.

Cuando en la reunión tus ojos

al encontrar los míos ya no digan:

"Aguarda a que termine con esta gente,

pero mi corazón te pertenece".

Cuando en las sucesivas fases de tu errabunda

búsqueda femenina

ames a otro:

y te descalces delante de otro cetro

y te desveles bajo otra antorcha

y triturada por otros trapiches trasiegues

el poder que yo te trasmití;

pensaré agudamente: "Ya se le agotará.

¡Y entonces vendrá a mí y no le daré más!"

Y así siga por el mundo y a través de los días

rumiándote en el hosco destierro,

granitizándome en la frustración y el orgullo

como un mendigo sobre un pedestal.

Remontando el obstruido pasado

como un sucio canal maloliente en el crepúsculo:

"Aquí estuve brutal.

Ahí comenzó el desierto.

En aquel banco trató de herirme.

Tal día…"

Y así te evoque. Así conjure tu sombra

agujerándola de flaquezas y máculas.

Cuando ya no me quieras

y yo ya no te tema.

Cuando contentadizo, trivial, inadecuado

para la soledad y la amargura

yo mismo haya olvidado –cuando

ya no me quieras— que me quisiste;

garras y mantos

de mujeres: Furias como Pietás,

Erinias disfrazadas de monjas

me depositarán

en la obscura y helada tumba que me busqué.

Sierras de Managua, Viernes Santo 1953

Viernes 6 de junio 1980.

Carlos Martínez Rivas; poeta nicaragüense (1924-1998)