sábado, 5 de septiembre de 2009

HERZOG, SAUL BELLOW


por Sr. Molina.
Publicado por www.solodelibros.es



Herzog - Saul BellowYa comentamos en la reseña de “Ravelstein” que la escritura de Saul Bellow era, por encima de otras cosas, profundamente inteligente; y con ello no quiero decir «pedante», sino que me refiero a que apela a la inteligencia del lector, a que establece con él una relación maestro-alumno. Esta misma característica la encontramos también en “Herzog”, aunque esta vez la novela se centre más en revelar la asunción de sí mismo del protagonista.
La historia se centra en Moses Herzog, un ex-profesor de cuarenta y siete años al que su mujer acaba de abandonar por uno de sus mejores amigos, cuya trayectoria profesional se ha venido abajo debido a su indolencia y cuya vida, en general, parece haber entrado en un callejón sin salida. Alicaído por el bache, asistiremos a su periplo interior para superar las dificultades y aprender a confiar en sí mismo.
Visto así, no parece que la trama se aleje mucho de una clásica historia de superación personal frente a las contingencias del destino; sin embargo, Bellow consigue alejarse de convenciones y estereotipos para crear un personaje sólido, interesante y atractivo. Moses Herzog es un hombre maduro, pero que se comporta como un niño; su cultura y erudición le suponen un obstáculo para su relación con los demás: ve la vida a través de sus conocimientos, y no permite que sus emociones le dicten las decisiones a tomar. Así, sus relaciones amorosas (con su primera mujer, Daisy; con Sono, una amante oriental; o con Ramona, su «novia» actual) se ven lastradas por su racionalismo, su espíritu humanista, que le lleva a enfocar sus acciones como meras etapas en un proceso de estudio cualquiera.
Es sintomático el hecho de que Herzog escriba cartas imaginarias (dado que nunca las echa al correo para que lleguen a sus destinatarios) en un intento de comunicación con los demás, que no son sino justificaciones internas de sus decisiones. Éstas, como dijimos, suelen haber sido tomadas de un modo tan frío que las cartas se convierten en una exploración psicológica del propio protagonista para comprender cuáles han sido sus fallos emocionales. Hacia el final del libro, Moses parece conseguir alcanzar un estado de equilibrio y entiende —o así lo muestra— cuál ha sido su error:

[...] ahora puedo decir que me he librado de la principal ambigüedad que afecta a los intelectuales: y es que los individuos civilizados odian a esa civilización que hace posibles sus vidas. Lo que les atrae es una imaginaria situación humana inventada por su propio genio y que para ellos es la única realidad humana verdadera. ¡Qué extraño! Pero la parte de toda sociedad mejor considerada y más inteligente suele ser precisamente la más desgraciada.

Tal vez el punto de inflexión se produce en la visita que Moses hace a los juzgados; allí decide visitar algunas salas en las que se están llevando a cabo juicios, y se enfrenta directamente —aunque de forma vicaria— a la realidad ‘emocional’ que tanto evita: las pequeñas desgracias y miserias humanas se exponen ante sus ojos con aséptica crueldad. No es anecdótico el que Herzog tenga que salir de la sala del tribunal aquejado de un dolor en el pecho: su visión le produce dolor, porque la realidad, el mundo real que él se esfuerza por racionalizar (cuando no a negar directamente), es demasiado cruda para él.
No obstante, el protagonista cobra conciencia de sus fallos, o al menos asume las responsabilidades que, como hombre maduro y desarrollado, ha de tomar frente al mundo, y en las últimas páginas afronta con esperanza y dignidad la aventura que le supone vivir como un ser humano cualquiera, con debilidades y miedos.
La grandeza de “Herzog” estriba en su protagonista, un hombre neurótico, inmaduro, que cree encarar los problemas con valentía cuando, en realidad, simplemente se limita a esgrimir su erudición como un escudo frente a los demás. Bellow creó un personaje ejemplar en su debilidad, cosa en absoluto sencilla, y escribió una novela que no zarandea al lector, sino que le interpela con inteligencia y sabiduría. Una lectura desacostumbrada en estos días, desde luego, y que merece mucho la pena.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Impresion colorida del caribe nicaraguense



Miguel Mercado Centeno

El tremendo impacto que la cultura caribeña ha proporcionado al arte nicaragüense reside en la creatividad y vitalidad con la que sus artistas han impregnado todas sus manifestaciones.
En ésta se observa un espíritu propio con el cual plasman su estilo de vida, costumbres, relaciones e identidad.
Pero la grandeza de esta cultura, esta en sus artistas, ellos han emprendido una gran tarea para dar a conocer la idiosincrasia caribeña, ha sido una lucha monumental, por no decir sobrehumana, ya que se ha tenido que superar el desafío del desarraigo y las relaciones no tan sólidas con la región del pacífico nicaragüense.
Al arte caribeño no le falta vida, es regeneradora de la relación Hombre-Naturaleza-Dios, sin ningún atisbo de malicia.
Es una completa invitación para conocer a esta región, la hospitalidad de su gente, que están dispuestos a compartir sin recelo su historia y costumbre.
La poesía costeña, en específico, es rica en colorido y ritmicidad.
Es poesía para ser recitada por la musicalidad que transmite y total apertura a la comprensión.
Los valores que sus poetas cultivan en cada poesía, tienen un fin específico: emprender sus luchas, denuncias y protestas en contra de la marginalidad y el olvido que han sufrido a lo largo de su historia.
A diferencia de la poesía del pacifico nicaragüense, que es una completa búsqueda de la afirmación personal, un extremo que tiende al narcisismo, in-cierta en cierta forma.
En fin el interés que despierta esta región y su cultura, su exotismo peculiar, nos hace darnos cuanta, cuan lejos estamos de lograr una voz resucitadora de la esperanza, como la que posee la cultura de la costa caribe nicaragüense.

Managua, cuarto mes de 2009

martes, 19 de mayo de 2009

UNA REVOLUCION DESPUES

Al andar por cualquier calle de Nicaragua, es tìpico encontrarse con pequeños y grandes monumentos, algunos representan la muerte de un sòlo individuo: “A la compañera Adilia Dìaz…” Otros la muerte colectiva: “Aquì cayeron los hermanos…” a continuación se presenta una larga lista de nombres. Nombres comunes, de pequeños seres, que no dicen nada a simple vista, porque son nombres salidos del pueblo. Individuos que con un solo gesto de valentía salieron del anonimato inmortalilzándose así para siempre.
Las calles de Monimbó, pueblo indígena en Masaya, cuentan mucho. En cada cuadra, en cada esquina hay frías placas en silenciosos monumentos, que indican el año de nacimiento y muerte de mártires, la mayoría jóvenes. Dichas muertes y placas oscilan entre 1978 y 1979, los años más cruentos de la Revolución Popular Sandinista. Una de las últimas revoluciones armadas en Latinoamérica y cuyo ingrediente principal fue el mismo pueblo. Monimbó unido, fue uno de los primeros pueblos de Nicaragua en rebelarse. Sufridos pobladores que se armaron con machetes, palos, utensilios de cocina y piedras recolectadas en el camino. Su grito insurreccional se escuchó en todos los rincones del país dando lugar así a una onda expansiva que se hizo una sola masa en un lapso de tiempo muy corto y cuya entonación era contra el despotismo y la opresión. Hasta que finalmente, cuando ya era incontenible el poder del pueblo, estalló aquel histórico día 19 de julio de 1979. En fotos e imágenes de la época se ve una plaza atestada de gente desheredada, familiares de caídos y guerrilleros maltrechos, todos con una sonrisa de júbilo. Parecen emerger de un solo cuerpo con su cabeza bañada por un cielo rojinegro. Al fondo el sonido de unas campanas que se transmutan en una voz que dice: ¡Aquì Nicaragua libre!
No es un misterio que la revolución del 79 fue más allá de una mera vuelta (de ahì su nombre) a la reivindicación de los derechos universales del hombre y por ende del pueblo. Cambió la noción de vida en cada uno de los individuos que participaron en ella, y a la generación venidera. Además de presentar a Nicaragua con un rostro diferente ante la América continental y luego al mundo.
Treinta años después, la Nicaragua tumultuosa y cambiante ha entrado en un nuevo siglo, una nueva época a la que acertadamente no se le pueden llamar tecnológica y que en efecto es un perìodo de enorme desarrollo tanto social como económico. Treinta años y los padres, hijos, esposas, hermanos, amigos, etc, etc, suspiran de nostalgia cada vez que transitan por la calle donde esta el nombre de su ser querido inmortalizado en una placa, encima de la cual ahora se agrupan jóvenes veinteañeros a hablar de musica actual y últimos adelantos tecnológicos. No dispuestos a desperdiciar sus comodidades en “una simple aventura o “revolución perdida”, como a la que se lanzò el veinteañero del monumento donde ellos ahora se sientan.
Con el pasar de los años (treinta años es solo un suspiro, si se compara con el largo existir de la historia universal) la memoria histórica y revolucionaria ha ido desprendiéndose de su origen para el beneficio de unos cuantos que se apoderaron de ella y hasta la patentaron. El verdadero testimonio lo tienen esos hombres y mujeres de carne y hueso que no son citados por los intereses mediáticos y que solo podrán dormir y descansar en paz en la claridad de aquel sueño que ellos mismos encendieron.


Miguel Mercado Centeno, 1984

Masaya, tercer mes de 2009

lunes, 9 de marzo de 2009

LA PUESTA EN EL SEPULCRO Décimocuarta estación

Cuando ya no me quieras.


Cuando ya no me quieras

y no podamos estropear nada

porque nada estará vivo y

confiado.

Cuando tú te hayas ido

y yo me haya ido

y los de la música se hayan marchado

y el portón se cierre

(dentro pasan el largo fierro por la argolla

asegurando con la correa el cerrojo,

y soplan los candiles

y las mechas se quedan humeando);

diremos: "Algo se ha perdido.

No mucho. Nunca es mucho. Pero

algo esencial –un culto, un lenguaje,

un rito—está perdido".

Cuando hayamos dejado de ser esto que somos:

pareja expuesta al dardo,

mal avenida pero bien enlazada,

y nos dispersemos en otros círculos

y nos disipemos en otras charlas;

habrá quien diga: "Aquí dos seres carmesíes

se atraparon. Los vimos

balancearse estremecerse oscilar

retornar a la seguridad

y caer".

Para entonces, el zumbido del tractor

volverá a oírse desde el fondo del llano.

Las chorejas del guanacaste caerán

con su golpe seco frente al portal.

Pero esos rumores de la vida

nos llegarán por separado,

y otro será tu sol

y otra luna será mi luna.

Cuando ya no me quieras.

Cuando en la reunión tus ojos

al encontrar los míos ya no digan:

"Aguarda a que termine con esta gente,

pero mi corazón te pertenece".

Cuando en las sucesivas fases de tu errabunda

búsqueda femenina

ames a otro:

y te descalces delante de otro cetro

y te desveles bajo otra antorcha

y triturada por otros trapiches trasiegues

el poder que yo te trasmití;

pensaré agudamente: "Ya se le agotará.

¡Y entonces vendrá a mí y no le daré más!"

Y así siga por el mundo y a través de los días

rumiándote en el hosco destierro,

granitizándome en la frustración y el orgullo

como un mendigo sobre un pedestal.

Remontando el obstruido pasado

como un sucio canal maloliente en el crepúsculo:

"Aquí estuve brutal.

Ahí comenzó el desierto.

En aquel banco trató de herirme.

Tal día…"

Y así te evoque. Así conjure tu sombra

agujerándola de flaquezas y máculas.

Cuando ya no me quieras

y yo ya no te tema.

Cuando contentadizo, trivial, inadecuado

para la soledad y la amargura

yo mismo haya olvidado –cuando

ya no me quieras— que me quisiste;

garras y mantos

de mujeres: Furias como Pietás,

Erinias disfrazadas de monjas

me depositarán

en la obscura y helada tumba que me busqué.

Sierras de Managua, Viernes Santo 1953

Viernes 6 de junio 1980.

Carlos Martínez Rivas; poeta nicaragüense (1924-1998)

sábado, 28 de febrero de 2009

León Bloy: Quimera real


Migue Mercado Centeno

Se diría que, para ocupar un lugar prominente en el salón de la fama de la literatura, es solamente necesario un buen nombre. El caso de León Bloy, novelista y ensayista francés (1846-1917), es una excepción. “El tremendo Bloy”, como lo llamase en cierta ocasión Rubén Darío, es una de esas voces que no han sido escuchadas al pasar de los años. Su existencia fue trágica y su obra es como su existencia y para muestra citaré los títulos de algunos de sus principales libros: El Desesperado; novela en cierta forma autobiográfica, es un canto a la impaciencia del hombre que busca a Dios, la desesperación aquí abunda de una manera espantosa. La Sangre del Pobre; es la compilación del clamor de una multitud empobrecida y empequeñecida, por culpa del Dinero, y es un ataque directo contra los monstruos que compran la sangre de los pobres con este “elemento substancial” para el desarrollo. La Mujer Pobre; aquí se relata a una mujer indigente en cosas materiales pero riquísima en virtudes. El Mendigo Ingrato, libro al que me referiré ampliamente ya que a través de este, conocí a tan expresivo escritor como lo es León Bloy.
El Mendigo Ingrato, es, el diario del autor entre 1892 y 1895, por lo tanto es un libro de ébano que sobrevivirá al juicio final de la literatura. Desde el primer momento en que el lector abre la primera página, este se percata que esta entrando a la jaula del león, y esto por el epígrafe “Los mejores nombres que llevan los mortales les han sido asignados por sus enemigos” de Barbey D’Aurevilly, amigo del autor y motivo de sus principales penurias. Después de este epígrafe viene la sentencia vigorosa de Bloy:
¡Maldición para aquel que no ha mendigado!
Nada hay más grande que mendigar.
Dios mendiga. Los Ángeles mendigan. Los Reyes, los
Profetas y los Santos mendigan.
Los Muertos mendigan.
Así es como se nos presenta, como un perseguido por la miseria, como un inadaptado. Inicia hablando sobre el abandono en que se encuentra la tumba de D’Aurevilly, su amigo, parte fundamental del Mendigo Ingrato ya que lo irá nombrando, y contando los días, a lo largo del libro-diario hasta que por fin logra ver la tan importante cruz en la tumba de este. Bloy como todo hombre de intelecto tiene un pasado obscuro que se yuxtapone a su convicción religiosa, a la que se dedico en cuerpo y alma. Por momentos en sus anotaciones se muestra épico:”Y mira-¡oh Dios todopoderoso!-mira: ¡la fosa nupcial está cerca de ti!”, En otros momentos afiebrado de catolicismo:” ¡Señor acuérdate que tuve piedad de ti!”, y en la mayor parte del libro se denuncia torturado por sus enemigos imaginarios: “Desde el punto de vista de la historia de las letras francesas no está demás que se sepa de qué manera ha tratado la generación de Los Vencidos de 1870 a un escritor altivo que no ha querido prostituirse”. Así es como el lector se va adentrando poco a poco en estos “sus cuatro hartos sombríos cuatro años”.
Se llamó a sí mismo “desenmascarador de las torpezas y la ignominia de sus contemporáneos”, y esto fue suficiente para no ser perdonado por su generación, “los microbios de la pluma” como los llamaba el, quienes en sus criticas más ácidas lo llamaron; “cerebro árido”, “destilador de veneno”, “perro rabioso”, etc, etc. Pero esto no lo amedrentaba, se lee que, hasta celebraba con gozo estas criticas y lo hacia de la mejor manera “Escribiendo”. En su opúsculo apologético “León Bloy frente a los cerdos”, ejecuta a todos sus críticos de una forma magistral.
En el Mendigo Ingrato se ve a un Bloy que anda con la ponzoña en alto, alerta, dispuesto a defenderse al primer ataque de su victimario, como todo escorpión, este no ataca si no se le molesta.
Uno de sus grandes ensayos, que para deleite del lector, esta incluido en este libro es aquella critica positiva que el hizo al cuadro de “su amigo y colega en la mala suerte” Henry de Groux, El Cristo Ultrajado, estudio transparente y detallado a su obra pictórica mas famosa.
Buen escritor, Bloy es compasivo con los humildes y desprotegidos, con los individuos que sufren su misma desgracia, aquellos que escriben para morirse de hambre, es, además, agradecido con los mecenas temporales que le tienden la mano. Al contrario es atroz con todos sus enemigos en especial con “la alta nobleza de la pluma, decadente y rebajada”. Orgulloso. Es así como se presenta este escritor, como su libro-diario olvidado por la literatura, silenciado su rugido por la censura y sobre todo acechado por la pobreza. Su vida es sinónimo de mala suerte. En el Mendigo Ingrato plasmó lo más crudo de su vida. Es un continuo monologar en los rincones de un mundo insalubre que se le caía a pedazos.
Lo que prevalece, y es lo que lo mantiene invulnerable, indemolible, “a los puñales invisibles” , es su fe en Dios, a quien evoca en todos los pasajes del libro diario, no lo olvida ni aún en sus momentos más críticos y desesperados, y he ahí la fuente de su carácter inquebrantable, la fuerza que posee todo hombre que aspira a la Santidad.

Managua, segundo mes del 2009