martes, 19 de mayo de 2009

UNA REVOLUCION DESPUES

Al andar por cualquier calle de Nicaragua, es tìpico encontrarse con pequeños y grandes monumentos, algunos representan la muerte de un sòlo individuo: “A la compañera Adilia Dìaz…” Otros la muerte colectiva: “Aquì cayeron los hermanos…” a continuación se presenta una larga lista de nombres. Nombres comunes, de pequeños seres, que no dicen nada a simple vista, porque son nombres salidos del pueblo. Individuos que con un solo gesto de valentía salieron del anonimato inmortalilzándose así para siempre.
Las calles de Monimbó, pueblo indígena en Masaya, cuentan mucho. En cada cuadra, en cada esquina hay frías placas en silenciosos monumentos, que indican el año de nacimiento y muerte de mártires, la mayoría jóvenes. Dichas muertes y placas oscilan entre 1978 y 1979, los años más cruentos de la Revolución Popular Sandinista. Una de las últimas revoluciones armadas en Latinoamérica y cuyo ingrediente principal fue el mismo pueblo. Monimbó unido, fue uno de los primeros pueblos de Nicaragua en rebelarse. Sufridos pobladores que se armaron con machetes, palos, utensilios de cocina y piedras recolectadas en el camino. Su grito insurreccional se escuchó en todos los rincones del país dando lugar así a una onda expansiva que se hizo una sola masa en un lapso de tiempo muy corto y cuya entonación era contra el despotismo y la opresión. Hasta que finalmente, cuando ya era incontenible el poder del pueblo, estalló aquel histórico día 19 de julio de 1979. En fotos e imágenes de la época se ve una plaza atestada de gente desheredada, familiares de caídos y guerrilleros maltrechos, todos con una sonrisa de júbilo. Parecen emerger de un solo cuerpo con su cabeza bañada por un cielo rojinegro. Al fondo el sonido de unas campanas que se transmutan en una voz que dice: ¡Aquì Nicaragua libre!
No es un misterio que la revolución del 79 fue más allá de una mera vuelta (de ahì su nombre) a la reivindicación de los derechos universales del hombre y por ende del pueblo. Cambió la noción de vida en cada uno de los individuos que participaron en ella, y a la generación venidera. Además de presentar a Nicaragua con un rostro diferente ante la América continental y luego al mundo.
Treinta años después, la Nicaragua tumultuosa y cambiante ha entrado en un nuevo siglo, una nueva época a la que acertadamente no se le pueden llamar tecnológica y que en efecto es un perìodo de enorme desarrollo tanto social como económico. Treinta años y los padres, hijos, esposas, hermanos, amigos, etc, etc, suspiran de nostalgia cada vez que transitan por la calle donde esta el nombre de su ser querido inmortalizado en una placa, encima de la cual ahora se agrupan jóvenes veinteañeros a hablar de musica actual y últimos adelantos tecnológicos. No dispuestos a desperdiciar sus comodidades en “una simple aventura o “revolución perdida”, como a la que se lanzò el veinteañero del monumento donde ellos ahora se sientan.
Con el pasar de los años (treinta años es solo un suspiro, si se compara con el largo existir de la historia universal) la memoria histórica y revolucionaria ha ido desprendiéndose de su origen para el beneficio de unos cuantos que se apoderaron de ella y hasta la patentaron. El verdadero testimonio lo tienen esos hombres y mujeres de carne y hueso que no son citados por los intereses mediáticos y que solo podrán dormir y descansar en paz en la claridad de aquel sueño que ellos mismos encendieron.


Miguel Mercado Centeno, 1984

Masaya, tercer mes de 2009

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