sábado, 28 de febrero de 2009

León Bloy: Quimera real


Migue Mercado Centeno

Se diría que, para ocupar un lugar prominente en el salón de la fama de la literatura, es solamente necesario un buen nombre. El caso de León Bloy, novelista y ensayista francés (1846-1917), es una excepción. “El tremendo Bloy”, como lo llamase en cierta ocasión Rubén Darío, es una de esas voces que no han sido escuchadas al pasar de los años. Su existencia fue trágica y su obra es como su existencia y para muestra citaré los títulos de algunos de sus principales libros: El Desesperado; novela en cierta forma autobiográfica, es un canto a la impaciencia del hombre que busca a Dios, la desesperación aquí abunda de una manera espantosa. La Sangre del Pobre; es la compilación del clamor de una multitud empobrecida y empequeñecida, por culpa del Dinero, y es un ataque directo contra los monstruos que compran la sangre de los pobres con este “elemento substancial” para el desarrollo. La Mujer Pobre; aquí se relata a una mujer indigente en cosas materiales pero riquísima en virtudes. El Mendigo Ingrato, libro al que me referiré ampliamente ya que a través de este, conocí a tan expresivo escritor como lo es León Bloy.
El Mendigo Ingrato, es, el diario del autor entre 1892 y 1895, por lo tanto es un libro de ébano que sobrevivirá al juicio final de la literatura. Desde el primer momento en que el lector abre la primera página, este se percata que esta entrando a la jaula del león, y esto por el epígrafe “Los mejores nombres que llevan los mortales les han sido asignados por sus enemigos” de Barbey D’Aurevilly, amigo del autor y motivo de sus principales penurias. Después de este epígrafe viene la sentencia vigorosa de Bloy:
¡Maldición para aquel que no ha mendigado!
Nada hay más grande que mendigar.
Dios mendiga. Los Ángeles mendigan. Los Reyes, los
Profetas y los Santos mendigan.
Los Muertos mendigan.
Así es como se nos presenta, como un perseguido por la miseria, como un inadaptado. Inicia hablando sobre el abandono en que se encuentra la tumba de D’Aurevilly, su amigo, parte fundamental del Mendigo Ingrato ya que lo irá nombrando, y contando los días, a lo largo del libro-diario hasta que por fin logra ver la tan importante cruz en la tumba de este. Bloy como todo hombre de intelecto tiene un pasado obscuro que se yuxtapone a su convicción religiosa, a la que se dedico en cuerpo y alma. Por momentos en sus anotaciones se muestra épico:”Y mira-¡oh Dios todopoderoso!-mira: ¡la fosa nupcial está cerca de ti!”, En otros momentos afiebrado de catolicismo:” ¡Señor acuérdate que tuve piedad de ti!”, y en la mayor parte del libro se denuncia torturado por sus enemigos imaginarios: “Desde el punto de vista de la historia de las letras francesas no está demás que se sepa de qué manera ha tratado la generación de Los Vencidos de 1870 a un escritor altivo que no ha querido prostituirse”. Así es como el lector se va adentrando poco a poco en estos “sus cuatro hartos sombríos cuatro años”.
Se llamó a sí mismo “desenmascarador de las torpezas y la ignominia de sus contemporáneos”, y esto fue suficiente para no ser perdonado por su generación, “los microbios de la pluma” como los llamaba el, quienes en sus criticas más ácidas lo llamaron; “cerebro árido”, “destilador de veneno”, “perro rabioso”, etc, etc. Pero esto no lo amedrentaba, se lee que, hasta celebraba con gozo estas criticas y lo hacia de la mejor manera “Escribiendo”. En su opúsculo apologético “León Bloy frente a los cerdos”, ejecuta a todos sus críticos de una forma magistral.
En el Mendigo Ingrato se ve a un Bloy que anda con la ponzoña en alto, alerta, dispuesto a defenderse al primer ataque de su victimario, como todo escorpión, este no ataca si no se le molesta.
Uno de sus grandes ensayos, que para deleite del lector, esta incluido en este libro es aquella critica positiva que el hizo al cuadro de “su amigo y colega en la mala suerte” Henry de Groux, El Cristo Ultrajado, estudio transparente y detallado a su obra pictórica mas famosa.
Buen escritor, Bloy es compasivo con los humildes y desprotegidos, con los individuos que sufren su misma desgracia, aquellos que escriben para morirse de hambre, es, además, agradecido con los mecenas temporales que le tienden la mano. Al contrario es atroz con todos sus enemigos en especial con “la alta nobleza de la pluma, decadente y rebajada”. Orgulloso. Es así como se presenta este escritor, como su libro-diario olvidado por la literatura, silenciado su rugido por la censura y sobre todo acechado por la pobreza. Su vida es sinónimo de mala suerte. En el Mendigo Ingrato plasmó lo más crudo de su vida. Es un continuo monologar en los rincones de un mundo insalubre que se le caía a pedazos.
Lo que prevalece, y es lo que lo mantiene invulnerable, indemolible, “a los puñales invisibles” , es su fe en Dios, a quien evoca en todos los pasajes del libro diario, no lo olvida ni aún en sus momentos más críticos y desesperados, y he ahí la fuente de su carácter inquebrantable, la fuerza que posee todo hombre que aspira a la Santidad.

Managua, segundo mes del 2009

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